Comentario
El asesinato de César el día de los Idus de marzo ha sido presentado en la historiografía moderna (e incluso en el teatro) como un gesto heroico de los tiranicidas, entre ellos Bruto y Casio, que actuaron en defensa de la libertad de la República. No hay duda de que el título de dictador vitalicio que acababa de recibir César rompía con la tradición republicana, que aceptaba incluso la figura del dictador elegido pero por un corto y limitado plazo.
Ahora bien, frente al enorme programa de reformas políticas y administrativas de César, necesarias para adecuar el aparato del Estado a las nuevas realidades impuestas por la necesidad de controlar dominios territoriales vastos y complejos, los defensores de la República podían contraponer poco más que la idea persistente de la defensa de sus propios privilegios y la de un gobierno manifiestamente incorrupto e ineficaz. Por ello, Bruto, Casio y los demás conspiradores representaron el papel de tiranicidas pero sin la fuerza moral de quien ofrece alternativas mejores para el gobierno del Estado.
Los acontecimientos vinieron pronto a demostrar que el asesinato de César no había resuelto ningún problema. Más aún, con tal muerte, se reanudaron las condiciones para la prolongación de las guerras civiles que tantas vidas habían costado a Roma.